Hola, soy Mia, maestra de cuarto grado y madre soltera de Luke. Durante cinco años, lo he criado sola, casi siempre con su padre presente. Hace cuatro meses, conocí a Jake, un compañero maestro de buen corazón y amante de los niños. Una tarde, le presenté a Luke. “Hola, Luke-a-doodle”, le dije nerviosa, “¿Qué te parecería conocer a alguien especial para almorzar este fin de semana?”. Luke despertó su curiosidad y conocimos a Jake en una pizzería. A pesar de la vacilación inicial, Luke se entusiasmó con la “risa divertida” de Jake.
Nuestra relación creció y Jake nos invitó a la casa de sus padres junto al mar. Al llegar, Jake nos mostró su habitación de la infancia. Luke encontró una caja debajo de la cama y corrió hacia mí, aterrorizado. “Mamá, tenemos que irnos ahora porque Jake… encontré una caja extraña con huesos en su habitación”. Temiendo lo peor, llamé a la policía. Confirmaron que los huesos eran réplicas para enseñar. Me sentí aliviada pero culpable. Llamé a Jake y me disculpé profusamente. “Jake, lo siento mucho. Sé que saqué conclusiones precipitadas y entenderé si no puedes perdonarme”.
Jake respondió: “Mia, lo entiendo. Estabas protegiendo a tu hijo y eso es natural. Te perdono. Vuelve aquí. Que esta sea nuestra historia divertida, no una razón para romper”. Volvimos a la casa de los padres de Jake, le explicamos todo y pasamos el día relajándonos junto al mar. Ese incidente marcó el comienzo de un vínculo más fuerte entre nosotros, que a menudo recordamos con una sonrisa.