A los 61 años, era millonario por herencia, pero mi riqueza no podía llenar el vacío. Mis padres murieron cuando yo tenía 20 años, dejándome una propiedad lujosa, pero ninguna conexión real. Las relaciones con las mujeres se sentían vacías, como si solo vieran mi dinero, no a mí. Un día, vi a una mujer hurgando en la basura. A pesar de su estado desaliñado, sus ojos brillaban con resiliencia. No podía simplemente irme.
Le ofrecí refugio en mi garaje, que era cómodo y seguro. Lexi, mientras se presentaba, contó cómo su vida se desmoronó después de que su esposo la dejó por otra mujer. Agradecida y sorprendida, aceptó mi oferta.
Lexi se instaló y sentí un propósito. Pero una tarde, corrí al garaje para agarrar una bomba de gasolina, asumiendo que estaba fuera como siempre. No llamé. Cuando la puerta se abrió, me quedé paralizada. Lexi estaba allí, pero lo que vi me dejó atónita: era alguien a quien apenas reconocía…