Durante semanas, una niñita del otro lado de la calle me saludaba día y noche. No podía quitarme de la cabeza la mirada inquietante de sus ojos. Cuando finalmente fui a ver quién era, nada podría haberme preparado para la desgarradora verdad que me esperaba detrás de esa puerta. Todas las noches, observaba a esa niñita desde mi ventana. Siempre estaba allí, una figura pequeña, menuda, de no más de cinco años, de pie junto a la ventana, saludándome con su pequeña mano. Sus ojos, fijos en los míos, tenían una intensidad que me provocó escalofríos en la columna vertebral.
¿Quién era? ¿Qué quería de mí? Me volví hacia mi esposa, Sandy, que estaba acurrucada en el sofá con un libro. “Cariño, está ahí otra vez. La chica de la que te hablé”. Sandy levantó la vista, con el ceño fruncido. “¿La que siempre te está saludando?” Asentí, sintiendo una punzada de tristeza. “Sí. Hay algo… no sé. Algo en sus ojos. —Es como si estuviera tratando de decirme algo. Sandy dejó su libro a un lado y se unió a mí en la ventana. —Oh, Arnie —dijo suavemente, colocando una mano sobre mi hombro—. Tal vez sea solo una niña solitaria. ¿Has intentado devolverle el saludo? Sacudí la cabeza, con los ojos todavía fijos en la pequeña figura del otro lado de la calle. —No, no puedo explicarlo, Sandy. Siento que es más que eso. Como si me estuviera llamando. Sandy apretó más mi hombro. —Cariño, me estás asustando un poco. Es solo una niña saludando. No le des demasiada importancia, ¿de acuerdo? Aparté la mirada de la ventana y forcé una sonrisa. —Tienes razón. Probablemente estoy pensando demasiado en las cosas”. Mientras cerraba las cortinas, no podía quitarme la sensación de que le estaba dando la espalda a algo importante. Esa noche, el sueño me eludió, mis sueños fueron atormentados por la imagen de la niña que gritaba pidiendo ayuda. “No me dejes”, sollozaba en mis sueños. “Por favor, no te vayas”. Me desperté con un sudor frío, la cara preocupada de Sandy flotando sobre mí. “¿Arnie? ¿Estás bien? Estabas hablando en sueños”.