Una noche lluviosa de noviembre, Cleo, una taxista embarazada de ocho meses, vio a un hombre desaliñado que cojeaba por la autopista. Agotada y cautelosa, estuvo a punto de seguir conduciendo, pero algo en su desesperación la detuvo. En contra de sus instintos, le ofreció llevarlo gratis al hospital, al enterarse de que estaba herido y necesitaba seguridad. Lo que no sabía es que ese acto cambiaría su vida.
A la mañana siguiente, Cleo se despertó con el ruido de los todoterrenos fuera de su pequeña casa. Al salir, fue recibida por hombres de traje y el hombre al que había ayudado, ahora limpio, vestido impecablemente y presentado como Archie Atkinson, el hijo de una familia multimillonaria. Archie había sido secuestrado y retenido para pedir un rescate; la amabilidad de Cleo le había dado la oportunidad de escapar.
En agradecimiento, el padre de Archie le entregó a Cleo un cheque sustancial y le ofreció un trabajo para administrar la nueva iniciativa de seguridad de su fundación. Mientras luchaba por contener las lágrimas, Cleo se dio cuenta de que su simple acto de bondad no solo había salvado la vida de Archie, sino que también había asegurado el futuro de su bebé. Mientras sostenía la tarjeta de presentación de los Atkinson, le susurró a su hijo no nacido: “Parece que nuestra suerte acaba de cambiar”. Esta historia nos recuerda las recompensas inesperadas que pueden traer los actos desinteresados, a menudo de maneras que nunca imaginamos.