Una joven rubia consiguió un trabajo como profesora de educación física para un grupo de jóvenes de dieciséis años. Mientras supervisaba a los estudiantes que jugaban al fútbol en el campo, vio a un chico parado solo en el otro extremo, lejos del grupo. Sintiendo compasión por el chico, se acercó a él. “Hola, ¿está todo bien?”, preguntó amablemente. El chico asintió. Al percibir su renuencia a unirse al juego, lo animó diciendo: “Puedes ir y divertirte con los demás, ¿sabes?”.
Para su sorpresa, el chico negó con la cabeza. “Creo que es mejor que me quede aquí”, respondió. La profesora insistió: “¿Y por qué, cariño?”. El chico la miró confundido y dijo: “¡Porque soy el portero!”.
Reírse juntos no solo fomenta la conexión, sino que también alivia la tensión y alegra hasta los momentos más simples. En un mundo a menudo lleno de estrés y seriedad, momentos de frivolidad como este nos recuerdan la alegría y la simplicidad que se encuentran en la risa.