Levi, un niño de gran corazón, amaba su acogedor hogar y a sus padres, Carol y Darren, aunque no tenían mucho. Compartían un vínculo muy fuerte y se apoyaban mutuamente en todo. Pero cuando se acercaba Halloween, Levi se enojó. Su escuela estaba organizando un concurso de disfraces y, aunque sus amigos se presentaban vestidos de superhéroes como Superman y Batman, Levi no tenía un disfraz nuevo. Sus padres simplemente no podían permitírselo.
Una noche, Carol intentó explicarle a Levi por qué no podían comprar un disfraz nuevo. “Cariño, sabes cuánto estamos tratando de ahorrar para conservar nuestra casa. El pago de la hipoteca es muy importante en este momento”, dijo con dulzura. El rostro de Levi se arrugó por la decepción. “¿Amas la casa más que a mí?”, preguntó, con los ojos llenos de lágrimas. “¡No quiero la casa, quiero un disfraz nuevo!”.
Carol suspiró, sintiendo que se le partía un poco el corazón. “Te amamos más que a nada, Levi. Eres lo que más nos importa”, dijo, pero sus palabras no parecieron llegarle. Levi corrió a su habitación llorando, cerró la puerta detrás de él y se negaba a salir, incluso para cenar.